Al igual que ocurría con la época romana en nuestra localidad, el periodo visigodo es otro de los menos estudiados y peor conocidos. De este periodo, de lo que tenemos una mayor constancia es de la existencia de hallazgos aislados de varios ladrillos, pertenecientes a la conocida como serie "Marciano". Se trata de ladrillos de barro cocido y hechos a molde en el cercano cortijo de Barbuán de nuestra localidad.
En 1908, Fidel Fita Colomé da cuenta de un ladrillo descrito por Hübner y que tiene la siguiente leyenda:
SALVO EPISC(O)PO MARCIANO
Según Fidel Fita, Marciano podría ser un obispo de Sevilla que vivió entre finales del siglo IV y principios del siglo V.
En 1913, Ignacio Torres y León describe el mismo ladrillo, pero él considera que la inscripción se podría referir a un obispo de la sede ecijana, de finales del siglo VI o principios del siglo VII.
Algunos de estos ladrillos se encuentran en colecciones privadas, tal y como recogen Pedro Sáez Fernández, Salvador Ordóñez Agulla y Sergio García-Dils de la Vega o Raquel Castelo Ruano. Se trata de placas de barro cocido decoradas con un relieve de fachada arquitectónica en el que el motivo central es un arco de medio punto apoyado sobre columnas de fuste liso con capiteles corintios estilizados de basas trapezoidales, anchas y esquemáticas. Bajo el arco, formado por una moldura de sección semicircular, se sitúa una venera de 12 gallones y un gran crismón formado por una "P" griega y una "X" griega muy abierta, en aspa, con las letras Alfa y Omega, e inmediatamente bajo éste 2 rosetas de 7 pétalos. Sobre los capiteles, apoyados en ellos, dos delfines estilizados entre las enjutas del arco, entre las líneas del arco y los límites laterales de la pieza, con las colas en forma de tridente hacia arriba. La inscripción corre a lo largo de las columnas, en los laterales largos:
SALVO EPIS (crismón) MARCIANO
Salvo epis (copo) Marciano
Hay diversas interpretaciones sobre estas piezas relacionadas en cuanto a su origen, taller de fabricación, utilización y función dentro de los edificios de culto y en las sepulturas, como pavimentos, paramentos o techumbres. Parece que los dedicantes de las piezas formulaban deseos de vida y salud para los obispos de sus comunidades. En opinión de varios autores, el "Marciano" que aparece mencionado pudiera ser el obispo "Martianus" que se conoce en el primer tercio del siglo VII al frente de la sede de Écija, siendo ésta la opinión más extendida entre los investigadores.
Lo más destacable de época visigoda es la presencia de los restos de una iglesia, situada en la huerta de San Miguel, en la ladera nororiental del cerro del Castillo, a 100 metros de la torre albarrana y a 40 metros de la fachada de la Epístola de San Miguel. Estamos ante los únicos restos que podríamos considerar como vestigios adscribibles al periodo visigodo.
A. Bohórquez, al describir el perímetro de la cerca del castillo habla de la existencia de la ermita de San Micas, que se podría asimilar con los restos de esta iglesia.
En el siglo XIX y tras una epidemia de fiebre amarilla, se habilitó el patio de la iglesia de San Miguel como cementerio, afectando a los restos de esta iglesia. Este uso como cementerio demuestra el paulatino proceso de abandono que se estaba produciendo en esa zona cercana a San Miguel. Proceso que concluye cuando, en 1812, las tropas francesas en retirada destruyen el archivo de la parroquia y toda esa zona queda como un páramo desierto que se empieza a usar como huerta.
En los años 60 del siglo XX, el caserío de esta zona se reforma por las obras de renovación de la parroquia de San Miguel y se acaba destruyendo más de dos tercios de la iglesia visigoda.
En la actualidad, en la zona se ha construido una plaza y los restos de la iglesia están incluidos dentro de la misma.
Los vestigios de la basílica corresponden a la mitad meridional de una cabecera tripartita, diferenciándose 2 estancias unidas por un grueso muro medianero:
Relacionados con la iglesia aparecieron una serie de piezas de distinta naturaleza y funcionalidad y de las que destacaremos las siguientes:
El análisis de los restos arqueológicos recuperados durante el proceso de excavación nos permite adscribir la construcción de esta iglesia a finales del siglo VI o inicios del siglo VII.
Los restos arqueológicos de esta etapa descubiertos en el castillo de esta etapa se reducen a una serie de hallazgos aislados que confirman la existencia de un modesto asentamiento reducido a la bancada noroeste del cerro. Al ser un poblamiento muy limitado, la fundación de esta iglesia debió ser promovida por los estamentos superiores, civiles o eclesiásticos, dirigida no sólo a la población del castillo sino también a las comunidades rurales dispersas por la zona.
La erección de esta iglesia se debe considerar dentro de un fenómeno generalizado de cristianización del paisaje rural.
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